Sobre los campos de refugiados en Etiopía

El gran escritor Romain Gary decía que cuando quería quitarse algún tema que le pesaba de la cabeza lo evacuaba en un libro. De vuelta de los campos de refugiados de Dolo Ado, en el sur de Etiopía, trato de encontrar la mejor manera de transmitiros algunas impresiones de lo que he visto por esta parte del mundo.

Hace unos días hablaba con Liliana, una médico colombiana que trabaja con MSF en el Centro de Atención Primera del Centro de Tránsito, el lugar donde, a su llegada, se da la primera acogida a los refugiados a la espera de reubicarlos en alguno de los campos. Liliana me decía que su primera noche aquí se la pasó llorando: “al día siguiente me levanté, me puse la bata y empecé a trabajar; cuando trabajaba en Buenos Aires y se nos moría un niño en el hospital era una tragedia para todos; aquí se nos mueren cuatro, cinco o seis niños al día, te das la vuelta un segundo para coger una jeringuilla y cuando te giras lo has perdido; es duro, pero hay que seguir adelante, aquí hay mucha gente que nos necesita”. El 25% de la población de los campos son niños menores de cinco años que presentan severos cuadros de malnutrición.

El 60% de las personas que pueblan los campos son niños menores de 11 años y el 80% menores de 17 años. Esta sequía no es sólo una catástrofe humanitaria actual sino que influirá en el futuro de estos cien mil niños que ahora (mal)viven o, mejor dicho, sobreviven en los campos.

Las distribuciones de comida se están realizando desde hace tiempo, pero los refugiados no están satisfechos. Dicen que es poca cantidad, que los productos no son adecuados para ellos (se distribuyen varios kilos de alubias al mes y los niños no lo comen, no están acostumbrados a ese tipo de alimentos), que no tienen raciones especiales ahora que están en periodo de Ramadán y no comen entre la puesta y la salida del sol. Algunas mujeres venden en el mercado porciones del grano que se les ha distribuido para comprar productos como azúcar o té.

El agua es otro de los grandes desafíos de unos campos ubicados en pleno desierto. Las distribuciones de agua potable de los primeros tiempos han evolucionado hacia la implantación de sistemas de bombeo de agua desde el río tratada y apta para el consumo humano en los dos campos más antiguos (instalados en 2009 y 2010). En los dos campos más recientes, Kobe, y el recién abierto Hilowyn, su provisión todavía no está garantizada y la poquita que hay no es suficiente. Y ya vamos por 140.000 personas y subiendo.

Imaginad un escenario desértico, en torno a los 40 grados, con fuertes vientos, y sin agua. Imaginad que no hay ningún tipo de saneamiento en la zona ni gestión de residuos ni nada que se le parezca. Imaginad que hasta donde os llega la mirada sólo veis tiendas de campaña o refugios construidos con palos y telas, imaginad que corréis la cortina de la entrada de uno de ellos y os encontráis a unas diez personas en nueve metros cuadrados durmiendo sobre la arena y la tierra del desierto. Imaginad que ocho de cada diez personas que viven así son niños menores de 17 años, que no van al colegio, que no hacen nada día tras día. Imaginad cómo viven hoy, cómo vivirán mañana, dónde estarán dentro de diez, de veinte años.

Imaginad que podemos ayudarles.


Campo de refugiados de Melkadida, agosto 2011


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