Roma y Andrés Calamaro

Si es que ya lo dice Calamaro, que es muy sabio (quizás no tanto como Sabina, pero está en ello): definitivamente, no se puede vivir del amor.

En días como estos recuerdo frases que en determinados momentos de mi vida me han dicho algunos amigos, a los que también tengo por bastante sapientes (y entiéndase por esto que han vivido mucho): pero... cómo has dado luz verde a este asunto?; en qué momento has pensado que esto era una buena idea?; o, directamente, Patri, bájate de la parra.

Analizando la situación, me doy cuenta que el problema es precisamente ese, que no he escuchado al “consejero” necesario, me he pasado la cordura por el forro y no he tomado las decisiones contundentes pertinentes ni contra mi voluntad (emocional) en situaciones clave y esto ha hecho que mi vida (sentimental) sea un infierno (y entiéndase por infierno ese lugar ambivalente mezcla de placer y dolor).

Hay cosas a las que nunca he estado dispuesta a renunciar pero ahora me planteo si son las buenas, las correctas, las que podrían haberme llevado a un estado permanente de higiene (la higiene es salud) emocional.

No recuerdo si era Hobbes el que decía que el hombre es un animal social. Esto, traducido a los tiempos que corren (e incluso que a veces vuelan), creo que quiere decir que hay una cosa que aterra al hombre por encima de todo: la soledad (soledad entendida no como falta de pareja –que también- sino como falta de amor, vamos, estar solaino, más solo que la una, mas triste que un torero al otro lado del telón de acero, solo solísimo).

Hace poco hubo una encuesta para decidir cuál era la palabra más bonita de la lengua española. Ganó amor. Por goleada. A mí hay otras que me gustan bastante como caracol o fresa, pero para gustos las palabras. Una vez hablando con mi amigo Raúl (renombrado escritor cántabro) yo alababa las virtudes de mi ciudad, Paris. Él afirmaba que Paris estaba muy bien, pero que le gustaba más Roma, porque además, si le dabas la vuelta, se convertía en amor.

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